¿Cómo hemos pasado de sociedades pequeñas de cazadores-recolectores, en las que cualquier miembro ajeno a ellas era considerado un enemigo, a coexistir en civilizaciones extensas en las que nos codeamos cada día con multitud de desconocidos? ¿Qué se ha removido en nosotros para pasar del impulso xenófobo de hacer la guerra a los forasteros a convivir con ellos tratándolos con benigna desatención? ¿Cómo ha sido el tránsito de la ética de la sabana a la ética de la civilización?
Se ha producido una evolución importante desde la moral que imperaba hace millones de años en las minúsculas colectividades de nuestros ancestros hasta la actual moral de las civilizaciones extensas. Hemos alcanzado lo que se denomina dominio ecológico: estamos en lo alto de la cadena trófica y ya no tenemos depredadores importantes de los que preocuparnos. Ahora, las principales presiones de selección que se ejercen sobre nuestra especie proceden de ella misma.
Durante mucho tiempo, la Pax Romana se ha venerado como una edad de oro. En su apogeo, el Imperio romano se extendía desde Escocia hasta Arabia, y en él vivía en torno a una cuarta parte de la humanidad. Era el Estado más rico y formidable que el mundo había visto hasta entonces.
Pax narra la deslumbrante historia de una Roma en la cúspide de su poder, historia que comienza en el 69 d.?C., cuando cuatro césares gobernaron el imperio en fugaz sucesión, y termina siete décadas más tarde, con la muerte de Adriano. Desde el brillo de la capital hasta los reinos allende las fronteras romanas, el célebre historiador Tom Holland retrata el imperio en todo su esplendor. Asistiremos absortos a un desfile de espectaculares e impactantes escenas, como la destrucción de Jerusalén y Pompeya, la construcción del Coliseo o las conquistas de Trajano. Holland hace que los romanos cobren vida ante nuestros ojos, desde el más humilde esclavo hasta el emperador, y muestra cómo la prosperidad de la paz romana se construyó también gracias al poder sin precedentes de las legiones.
La robustez del gobierno de los Austrias fue esencial para que las políticas imperiales triunfaran y se expandieran por todo el orbe. La lealtad a la dinastía, la religión y la movilidad social fueron los tres pilares en las que se cimentó.
Alfredo Alvar, una de las máximas autoridades en la materia, se adentra en el complejo entramado político, social y económico que sustentó el imperio para responder a todas estas cuestiones y arrojar luz sobre su funcionamiento, crecimiento y configuración.
Una obra repleta de erudición que ofrece al lector todos los detalles sobre los aspectos más desconocidos del mayor imperio de su época.
Los pasados de la revolución es una obra que tiene la intención de profundizar en la historia de las revoluciones desde un campo poco investigado como es la relación de las revoluciones con sus propias tradiciones y sus memorias. Es decir, el foco de atención no es tanto el costado rupturista de las revoluciones como el de las tradiciones y recuerdos desde donde en muchos casos se justificaron y legitimaron. O que también les sirvieron como vehículos de inspiración, movilización o refuerzo simbólico. Hay que tener en cuenta que, como se estudia en este escrito, muchas de estas tradiciones no eran solo discursivas, sino que, entre otros, también se plasmaban en todo tipo de símbolos, rituales, banderas, consignas, monumentos, lugares de la memoria o composiciones musicales que ayudaban a forjar un imaginario o universo simbólico alternativo.
Un libro fascinante en torno a un personaje de excepción: el emperador Haile Selassie de Etiopía, el Rey de Reyes, el León de Judá, el Elegido de Dios, el Muy Altísimo Señor, Su Más Sublime Majestad, descendiente directo de Salomón, que gobernó su país como monarca absoluto durante casi cincuenta años, hasta que en 1974 fue derrocado por un Consejo Revolucionario.
Ryszard Kapuściński viajó a Etiopía, se sumergió en un país azotado por una confusa guerra civil y, cautelosamente, superando desconfianzas y temores, logró entrevistar a los antiguos dignatarios de la corte imperial, así como a los servidores personales del Emperador, en su día dedicados a los más variopintos e insólitos menesteres.
A lo largo de los siglos IV a I a. C., los antiguos griegos desarrollaron un creciente interés por algunos de los pueblos con los que estaban en contacto. A pesar de valorar enormemente su propia cultura, la civilización helena se abrió a apreciar y aprovechar los conocimientos de los que ellos concebían como bárbaros. En este ensayo clásico sobre los intercambios culturales, Arnaldo Momigliano investiga la circulación internacional de ideas que se dieron sobre todo entre Grecia y los romanos, celtas, judíos e iranios, cómo se estableció una relación especial entre ellos y cómo todo ello tuvo consecuencias para que su influencia y dominio intelectual se prolongara en el tiempo.