Todos los franceses conocen al Charles de Gaulle militar, al político, al hombre de Estado, y todos recuerdan su guasa, su ingenio, su sentido del humor y su habilidad para la réplica aguda. Y, por supuesto, su causticidad inimitable. Todos los que lo rodeaban fueron sus víctimas, al igual que ese partido político del que él declaraba: «No puedo decir que los deteste. Se puede detestar a Hitler o a Stalin. No se puede detestar la nada». Cada una de sus agudezas daba en el blanco, cualquiera que fuera el objetivo; pero el humor, feroz a más no poder, nunca era verdaderamente gratuito. Subrayando las peculiaridades de unos, las vilezas de otros y la mediocridad imperante, Charles de Gaulle, fino conocedor de la naturaleza humana y uno de los políticos más influyentes del siglo XX, nos muestra en esta selección de sus comentarios más ingeniosos la visión de los seres y de las cosas de una figura que sigue siendo una fuente de inspiración.
Un hombre que criticó con ingenio las injusticias y vivió aventuras insólitas para su época.
Durante el primer tercio del siglo XX, pocos personajes disfrutaron del éxito y la popularidad de Luis de Oteyza (1883-1961). Reconocido escritor de viajes, novelista de aventuras, poeta, diputado y diplomático, el punto álgido de su fama lo debió a su particular manera de ejercer el periodismo. Así, contradiciendo el maniqueísmo informativo propio de las guerras, en agosto de 1922 se desplazó hasta Marruecos para entrevistar al principal enemigo de España: Abd el-Krim, el líder de la revuelta rifeña cuyas tropas habían humillado al ejército español en el conocido como Desastre de Annual.
La Escuela de Frankfurt fue el comienzo de la revolución cultural y de los «ismos» que hoy pretenden destruir los cimientos de la civilización occidental cristiana. Estamos en condiciones de afirmar, sin temor a equivocarnos, al menos dos cosas: 1) que tratamos aquí con el primer think tank multidisciplinario y realmente organizado del marxismo anti dogmático; y 2), que ha sido determinante la influencia ejercida sobre los primeros triunfos de la Nueva Izquierda y del posmodernismo.
En resumidas cuentas, la Escuela de Frankfurt salvó al marxismo de sí mismo; especialmente del entonces ya obsoleto marxismo institucional, cuyos ensayos caían estrepitosamente por su propio peso en todo el mundo. Los filósofos alemanes lo revitalizaron, dándole un nuevo rostro -pasando a retiro al proletariado- y añadiendo nuevos miembros y manifestaciones a su cuerpo, ahora sustentado y alimentado por otras víctimas: nuevos idiotas útiles y sujetos revolucionarios (mujeres, estudiantes, homosexuales, ecologistas, animalistas, negros, indígenas, etc.). Desvincularon al marxismo de una revolución que sensatamente juzgaron imposible, evitando su completo descrédito y eventual extinción.